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A 50 años del estreno de Tiburón en Argentina, la tensión y suspenso que despliega permanecen intactos

Un 31 de julio de 1975, el segundo film de Steven Spielberg llenaba las salas del país despertando temor en los espectadores ante la presencia de la gigantesca y temible criatura. Pero la verdadera intriga ocurría antes, cuando su aparición parecía inminente y el realizador la dosificaba con escenas muy bien jugadas junto a una banda sonora escalofriante, una nueva forma de construir tensión en el cine que terminaría influenciando a muchos otros realizadores  

Juan Aguzzi

De las funciones de Tiburón, cada vez que se exhibía en cualquier sala –que ya no tenía la sorpresa de ser la primera–, sobresalía cierta risa nerviosa, algunos movimientos que indicaban no poder acomodarse de ninguna manera en la butaca y, si se miraba detenidamente, se veían algunos pies levantándose del suelo. Todo esto, claro, cuando el gigantesco escualo se lanzaba sobre los desprevenidos y divertidos bañistas, y casi que se asemejaba a esas primeras proyecciones de los hermanos Lumière, cuando los espectadores veían venir un tren en la pantalla convencidos que iría a arrollarlos y salían espantados gritando y volcando sillas.

Ese primer gran éxito de Steven Spielberg sería al mismo tiempo un film que continuaría reventando la taquilla cada vez que se repusiera, hasta que proliferaron otras similares –ninguna a la altura de aquélla– para explotar el miedo primario a esa criatura de las profundidades. Hasta en su banda sonora sería inimitable Tiburón, toda vez que la tensión que dispara ese inoxidable ostinato de dos notas creado por John Williams traspasaba cualquier barrera y se instalaba profundamente en cada espectador, era el sonido del suspenso infinito.

Spielberg había dicho en el estreno que sin la banda sonora de Williams, Tiburón solo habría sido la mitad de impresionante. Una música a la altura, claro, de la escena donde el jefe de policía de la anteriormente amigable y encantadora Amity Island (un efectivo Roy Scheider) no puede creer que sus ojos le muestren cómo un niño en una balsa inflable se convierte en un surtidor de sangre; o de cuando el cazador de tiburones (Robert Shaw) saca carnada de un cubo en la parte trasera de la embarcación y el temible tiburón emerge dando dentelladas voraces.

Se trató de un film con muchos problemas, el tiempo de filmación pasó de 52 días originales a 155 días; Spielberg tuvo que lidiar con los plazos que le exigían los estudios (Universal Pictures), un guion sin terminar, condiciones caóticas en Martha’s Vineyard (la localidad costera donde se filmó), tres tiburones que no funcionaban (mecánicamente) y un protagonista alcohólico (Shaw) que no cumplía con los horarios de rodaje ni aunque se lo pidieran encarecidamente. A diez días del inicio de la filmación, no habían sido definidos quiénes interpretarían al pescador ni al científico experto.

Dominio narrativo

Es en esta película entonces que Spielberg demuestra su dominio narrativo, cuando los tiburones mecánicos comienzan a funcionar mal y decide reemplazar la ferocidad de esas criaturas apelando a su ingenio y generando un climax donde el terror está dado a partir de la insinuación de su proximidad, es decir, de su invisibilidad. También hizo uso de un material extra, filmado por pioneros entre los cineastas submarinos, en la inolvidable secuencia donde un tiburón blanco real ataca y destruye una jaula de buceo donde se resguardaban los realizadores, y que luego se reescribió para que el oceanógrafo (Richard Dreyfuss) pudiera zafar, puesto que en la novela best-seller de Peter Benchley se convertía en alimento de los depredadores marinos.

Muy pronto, Tiburón se convirtió en un nuevo clásico, entendiendo por esto el hecho de contar con los recursos de un thriller de terror natural sin apelar a ningún forzamiento del relato ni a suspicacias fantásticas, sino sosteniendo con imágenes y acciones dramáticas un suspenso de alto vuelo. Alguna crítica la tildó de cine catástrofe “bien hecho”, pero indudablemente había mucho más que eso, ya que la violencia no era gratuita, tenía la finalidad de contar lo inevitable, lo que puede ocurrir como hecho maldito un brillante día de sol. Además todo estaba muy bien narrado y lo notable era que en sus 124 minutos de duración, la criatura es invisible alrededor de 90, es decir, quedó demostrado un excelso manejo del suspenso.

El ingenio con que se desarrolla el relato, –cuya mayor parte se rodó cámara en mano para contrarrestar las olas oceánicas– pertenecen a una mecánica de la ficción donde todo se hace pasible de ser verosímil, sin lugar para sobrentendidos o exageraciones que hagan trastabillar la propuesta. ¿Es Tiburón una gran película?, en todo caso es una película donde todavía Spielberg parecía saber hacia dónde se dirigía y fue su segunda buena luego del impactante debut con El duelo. El crítico especializado Derek Malcolm había escrito para The Guardian al momento de su estreno: “Felicitaciones a Spielberg por lograr lo que claramente fue una película técnicamente muy exigente con tanta claridad y estilo, a Richard Zanuck y David Brown, los productores, por no rendirse cuando parecía que debían hacerlo, y a Verna Fields, la editora, quien ayudó a tomar casi todas las decisiones correctas en el corte final. No es la mejor película del mundo, pero uno tiene constantemente la sensación de que conoce sus limitaciones y, en lugar de intentar trascenderlas, se concentra en dominar los fundamentos de una buena narrativa”.

Tensión inédita

En estos días se cumplen 50 años del estreno de Tiburón –en Argentina ocurrió el 31 de julio de 1975–, volver a verla es experimentar la historia de un gran tiburón blanco que amedrentaba a los bañistas de una pequeña localidad costera estadounidense, donde el terror y la sangre ya no tenían el efecto buscado de una blockbuster, sino que actuaban como parte integral de un relato donde preponderaban un suspenso y un riesgo que seducirían a varias generaciones. Contra algunos pronósticos agoreros, la película fue un éxito de taquilla y al mismo tiempo instaló un temor casi visceral en ciertas zonas marítimas, en las que la gente temía meterse en el agua, pero, fundamentalmente, introdujo una nueva forma de construir tensión en el cine y un modo de dosificar la intriga que terminarían influenciando a muchos otros realizadores.

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